viernes, 19 de junio de 2015

The waiting game

Hoy me he preguntado: ¿y si esta es toda mi vida? Me refiero, ¿y si esta nada que estoy haciendo ahora es la que haré por siempre?

Creo que todo este tiempo he estado sentada en la sala de espera de un hospital mientras alguien moría en el quirófano. ¿Por qué no era yo la que moría dentro de la sala? Toda mi vida está orientada a transformarme en el testigo de los acontecimientos y no en ser la protagonista de mis propias desgracias. No puedo conmigo. Bueno, quizá nacía para ser periodista, correr tras la vida de otros y, después de todo, no me he confundido de carrera.

¿Y si esta será mi vida? Me asusta la idea de siempre ser yo la que está en la sala de espera, pero me siento incapaz de irme de ella. Es como si yo misma hubiera anclado mis pies al suelo. 

Justo hoy (bueno, no es como si no lo hubiera concebido antes) sentí el acoso insufrible de la vida detrás de mí. "Me has desperdiciado". Quizá es eso y sí he desperdiciado mi tiempo por estar esperando a que algo suceda o simplemente me encanta autocompadecerme. Pienso que quizá debería estar ahora en un laboratorio de Ginebra (digo Ginebra porque suena agradable) creando una nueva teoría científica o tratando de crear agujeros negros en una cápsula o buscando agujeros de gusano reales. Debería hablar español, inglés y ruso o alemán y estar casada con una mujer que trabaje conmigo. Ser como los esposos Curie. Pero no, no pasa nada de eso y estoy sentada en mi sala tomando café mientras una compañera mía redacta un trabajo y me interrumpe la mar de veces. 

Quiero volver a ser niña y rehacer mi vida, pero supongo que sería injusto que por avatares del destino eso suceda. Seguro hay muchísimas personas que también desean estar en un laboratorio en Ginebra casadas con una Marie Curie (quizá no tantas). 





jueves, 18 de junio de 2015

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¡Vaya! Es ya muy tarde y yo, francamente, no sé qué quiero expresar. Tengo sueño y mi cerebro está bloqueado. No obstante, no contengo la ansiedad por publicar algo. Sin más exordios, estrenaré mi blog publicando algo que escribí hace unas semanas, tras concluir Papá Goriot. 



- ¡Qué necio es usted! Ha hablado con la fiereza de un león, pero, mírese ahora, escondido en su madriguera como un ratón. Ya sería prudente ofrecer una disculpa por sus injurias. Sin embargo, usted no lo hará, no puede. A fe mía, no he visto tal orgullo en otro ser humano, que más valiese en el alma de un hombre de escudo y espada que en la de un rufián, de esos que lanzan piedras y esconden las manos. 

No obstante, lo más terrible en este mundo de injusticias es que, ¡sin remedio alguno!, usted tendrá más éxito en la vida que aquellos a los que ha ofendido. Ah, pero si sonríe. Ha de saber que mi sentencia es verdadera, y usted no buscará reparo para estos males que nos aquejan porque su espíritu es ambicioso y perverso. ¡Más le vale hacer lapidar a sus adversarios y negar el crimen que pelear con sus débiles fuerzas! 

No es de importancia, pues. Bien puede usted sobresalir en un mundo de bufones y corruptos. Al fin y al cabo, esta es la vida: son pocos los honrados y muchos los infames. Poco vale ser alabado de rodillas por sujetos de su misma condición. Podrá, usted, sentirse importante y sentir que todo lo abarca, que todo lo posee. Pero, ha de llegar el día en que todo se caerá de sus manos. No va a recibir el respeto de quienes admira, ni recibirá el amor de quienes ama. No habrá lugar alguno en que su conciencia no desgarre su alma ni estruje su corazón. Es usted un hombre inteligente y racional, y ha de llegar el momento en que aquellas virtudes jugarán en su contra. Es consciente del mal que causa: no hay envase que no pueda ser llenado. Así, pues, la culpa lo devorará. No habrá tierra sobre la cual camine que le de paz, ni que silencie las voces que plañirán en sus oídos. 


-¡Necio soy! Ya me lo ha dicho. No guardo en mis bolsillos palabras de respeto ni el amor llenará mi mesa de manjares. Y no hay sentencia ni sermón que usted pueda gritar a los cuatro vientos que acongoje mi alma. Soy infame, soy ruin, soy un rufián: algún día hablarán los libros de historia sobre mí, y a los hijos de mi nación les enseñarán mi nombre. Me vale más vivir en la memoria del mundo y ser repudiado por mis viles engaños que fallecer en el olvido, como otros tanto ignotos honrados. 

Ya usted me ha jurado que no habrá tierra sobre la cual camine que me de paz ni que silencie las voces que gemirán de pena en mis oídos. ¡Ea, pues! Yo no le temo a mi destino. Podré refugiarme en mi madriguera como un ratón, pero no temo morir asfixiado entre mis cuatro paredes. Jamás me oirán plañir por mis pecados, ni lamentarme por las consecuencias de mis actos. El orgullo que brama en mi pecho me lo impide. 

Puede ya traerme la guillotina, la hoguera, la dama de hierro y juzgarme por mis crímenes, que no son pocos. Tomaré todas las muertes que merezca mi alma y derramaré mi sangre en el suelo de mi patria, pero, ¡sepa usted! Me iré a la tumba con los bolsillos bien llenos y con un traje de seda, con los zapatos de cuero brillantes y con cadenas de rubíes y perlas. El mismo emperador envidiará mi condena. Mi cuerpo hallará descanso en los placeres de la tierra y mi espíritu estará en paz con que tan siquiera uno recuerde que pasó por el mundo un truhán que tomó de la mesa de otros lo que hubo de llevarse a la boca después.